sábado, 29 de julio de 2017

UN RETRATO IMPOSIBLE

En esta parada que hacemos en nuestro blog (sí, también es tuyo, querido/a visitante), he usado la plastilina para plasmar una escena con personajes reales, que nunca tuvo lugar, aunque los protagonistas eran coetáneos y vecinos de la villa de Madrid, por lo que perfectamente podría haber sido posible.
Claro, que meter en una habitación juntos a los cuatro protagonistas de nuestro post de hoy, y tenerlos juntos horas y horas para hacerse un retrato, hubiera sido poco menos que un ejercicio de temeridad y ganas de complicarse la vida, pues el pintor que hubiera tenido el valor de pintar a estos cuatro juntos, hubiera visto cuchillos volar por la estancia, arriesgándose a que alguno de ellos terminara por alcanzarle.
Pero perdona, porque todavía no te he dicho de quien estamos hablando. Nuestro post de hoy está dedicado a Miguel de Cervantes, Félix Lope de Vega, Luis de Góngora y Argote y Francisco de Quevedo y Villegas, cuatro de los culpables de que a nuestro siglo XVII se le  conozca con el sobrenombre de “El Siglo de Oro”.
En aquella época, era muy común las rencillas literarias entre los poetas y escritores del momento, y fueron muy sonadas las rivalidades Quevedo-Góngora, por un lado, y Cervantes-Lope, por el otro.
Cervantes y Lope fueron en un principio amigos. Vecinos del mismo barrio, frecuentaban las mismas tertulias, e incluso, mutuamente se admiraban. Lope era toda una estrella en su tiempo, el autor de moda al que todos admiraban, que estrenaba con gran éxito sus obras en las tablas, conocedor de lo que el público quería. Era, en definitiva, un triunfador. Por el contrario, La vida de Cervantes era totalmente distinta: no tenía ese reconocimiento como autor, apenas salía adelante económicamente, se veía frustrado como dramaturgo pues sus obras, de un estilo muy alejado del de Lope, no despertaban el mismo interés, y por tanto le costaba poder estrenarlas.
¡Qué serios están todos...!
Era cuestión de tiempo que sentimientos tan humanos (y tan hispanos) como la envidia, la vanidad afloraran, y fue en 1602, según algunos autores, cuando la admiración y amistad se truncaron en enemistad y rencillas... y no se sabe muy bien por qué. A partir de ahí, los dardos, en forma de palabras, iban en ambas direcciones. Cervantes en su Quijote se despachó a gusto contra Lope (sin mencionarlo, obviamente) y su forma de hacer teatro, mientras Lope decía de Cervantes “De poetas, muchos están en ciernes para el año que viene; pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote”.  Necesitaríamos mucho tiempo para ver las lindezas que uno y otro se dedicaban, y al fin y al cabo, este blog va sobre plastilina, así que paso a la siguiente rivalidad.
Góngora y Quevedo nunca fueron amigos. Aquí ni admiración previa, ni gaitas. Dos concepciones del arte de escribir (el culteranismo de Góngora versus el conceptismo de Quevedo), dos visiones distintas que llevaron las disputas literarias al terreno personal y al insulto. Todos hemos leído o escuchado el famoso “Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa (…) que Quevedo le dedicó a Góngora, quien ciertamente tenía una gran nariz, y que Quevedo aprovechó para acusarle veladamente de judío (algo tremendo para la hipercatólica españolidad de la época), ya que según se decía era un atributo propio de la raza judía. Por su lado, Góngora, además de contestarle en su culterano estilo, se refería a Quevedo como Francisco de Quebebo, dada la afición del autor madrileño a las tabernas. Igualmente necesitaríamos más tiempo y espacio para desgranar las pullas y lindezas que se dedicaron mutuamente estos dos genios de las letras.
Con estos antecedentes...¿te imaginas a estos cuatro juntos en una habitación? Blogstilina sí, y por eso te presento este retrato imposible.
Una vez más, gracias por visitar este blog, y por favor, deja un comentario. 
¡Hasta la próxima!

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